viernes, 27 de noviembre de 2009

Las cosas que mi vestido verde puede lograr

Ayer fue una noche de esas de las que me gusta contar. No se emocionen tanto que no llegue a la cama con nadie, pero no fue por mi culpa.

Como les contaba ayer, mi vestido verde es bastante corto y aunque con short debajo, mis piernas son, casi sin excepciones, el plus de mi cuerpo. Jamás me he puesto short, falda o ropa de baño sin que amigos, desconocidos o incluso una que otra amiguita no me diga lo ricas que están mis piernas. Incluso tengo una amiga que borracha me confesó que sentía algo por mí y lo primero que dijo fue "es que tus piernas son tan ricas". Así que luzco ese vestido con mucho placer, no solo porque es cómodo y prácticamente me siento desnuda cuando me lo pongo, si no porque a donde vaya puedo sentir las miradas carcomiendo mis piernas. Por lo tanto, lo que me pasó ayer se lo atribuyo a mi vestido así me digan que puede haber otros motivos.

Ayer no sabía a dónde ir, así que terminé en un bar decidida a sólo tomarme una cerveza y regresarme a casa. Miraba distraída la puerta del bar con la secreta esperanza de que entrara algún conocido o, en su defecto algo interesante para conversar o al menos pasarla bien sin conversar mucho que digamos. Así que mientras miraba obsesivamente a la puerta, como a dos sorbos de cerveza de irme a casa entra al bar un tipo de esos que me gustan. Altos, delgados, con cara de inocentes y ganas de ser corrompidos en dos minutos. Así que yo, hecha una gata, crucé las piernas para que viera mejor y lo miré de reojo con la botella de cerveza al borde de los labios. La cosa pareció muy simple al principio porque me miró con un tonito de esperanza y deseo inconfundible y se fue derechito a donde estaba y se sentó a mi lado. Lo que me sorprendió es que ni me habló ni me volvió a dirigir la mirada y sólo pidió un trago. Yo me dije, bueh, dije una cerveza y eso es lo que tomaré, honestamente no estaba con ganas de tomar la iniciativa. En eso estaba mi mente cuando me pareció sentir un pequeño roce de algo en mis piernas allí donde casi es rodilla, bajé la mirada y el tipo de a mi costado saltó extrañamente. Yo me dije “tipos raros hay, en un micro entiendo, ¿pero en un bar?” Decidí hacerme la loca y ver hasta donde llegaba, de ahí ya yo decidiría hasta donde llegaría yo.

Poco después, volví a sentir ese roce de dedos medio temerosos, se notaba que era un solo dedo por el dorso y tratando de tentar el terreno. Hay algo en las cosas prohibidas que excita más de lo normal, y de sólo saber que un desconocido me tocaba “sin permiso” me sentí completamente mojada. Tuve unas ganas locas de cogerlo de la mano y llevarlo al primer hotel que encontráramos, pero algo me dijo que si me quedaba quieta iba a disfrutar un poquito más. Ahora su dedo, recto y cómodo bailaba por mis muslos lentamente hacia arriba, luego bajó y se acomodó en el pliegue que hacía mi rodilla al doblarla, metió el dedo ahí, haciendo un poco de presión como si en vez de su dedo fuera su miembro partiéndome en dos y yo sentí que de tanta humedad iba a empezar a gotear. Luego como con más seguridad puso su mano completa sobre mi rodilla, y empezó a subir lentamente, cuando llego a encontrarse con mi vestido se detuvo un segundo, en ese segundo yo maldije el tonto short que llevaba debajo, pero él no, sin importarle terminó de subir y llegó al final de mi muslo. Con un par de dedos sobó suavemente mi clítoris por fuera y yo lentamente empecé a moverme atrás y adelante. Como viera que le daba pie, subió un poco la mano y acomodándose un poco la metió en mi short y luego de dejar atrás mi ropa interior sintió mis vellos. Para ese momento yo estaba mojada y conteniendo los gemidos desesperadamente pero él parecía tranquilo mirando al bartender y hasta intercambiando frases tontas con él. Sus dedos jugaban en medio de esa humedad de mi vagina y se sentía que buscaba un hueco donde seguir el camino, sin que me diera cuenta ya lo había encontrado y empezaba a hacer presión para meterse ahí. Yo por un lado estaba tan excitada que no comprendía cómo podía seguir con la botella de cerveza en la mano fingiendo estar a punto de tomar de ella y por otro no podía comprender cómo él podía seguir en la misma posición pareciendo que no hacía nada. Su dedo iba de dentro de mí hasta la punta de mi clítoris, jugaba alrededor de este y luego volvía a entrar hasta el fondo de ese agujero maravilloso. Yo estaba a mil, me imaginaba llevándolo a una cama y desnudándolo, mordiéndole el cuello, lamiéndole el pecho y comiéndole el miembro, me imaginaba su pene, largo y duro como él mismo, ya tenía en mente la manera en la que entraría en mí vagina fuerte y sin aviso, y ya veía mis manos apoyándose en su pecho mientras yo gritaba de placer, tambaleándome sobre él. En un momento ya no pude más, volteé de golpe y le dije “¿cómo puedes hacer eso?” Y ahí acabó toda la historia maravillosa que me había imaginado. El pensó que lo estaba encarando, que estaba enojada o algo y soltó un “disculpa, es que eres la mujer más hermosa que he visto en mi vida”. Yo puse cara de interrogación porque todavía no comprendía su confusión; yo realmente quería saber cómo era que lograba hacer eso, es más quería que me lo enseñara, pero no pude reaccionar, él tomó el resto de su trago y salió prácticamente corriendo. Yo no había pagado mi cerveza así que cuando por fin logré salir del bar ya lo había perdido de vista. Completamente decepcionada tomé un taxi de regreso a casa.

Obviamente cuando llegué saqué mi consolador y no paré hasta sacar de mi unos cuantos orgasmos, pero eso se los cuento mañana, que de recordar lo que me pasó ya estoy con ganas de masturbarme de nuevo.



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