martes, 27 de abril de 2010

Sexo en el baño (mi primera vez contranatura)

Tal vez tenga que contar menos de lo que pasó, porque lo que pasó ya no importa. Mi padre me prometió que la próxima vez que pasara por Austria tendría una computadora para mí sola y no tendría que compartirla con él, cosa que, como comprenderán hizo imposible que siguiera con mi página. Sobre todo porque, imagínense, cada vez que escribo termino masturbándome, y es bastante difícil masturbarse cuando uno no sabe cuándo va a entrar papi a preguntarle “¿quieres algo de comer?”
Salí un par de veces más con este tipo del que hablé en el post anterior, pero poco o nada interesante puedo contar de él. El sexo fue pobre y aburrido y casi nulo, resultó siendo un fiasco. Afortunadamente le gustaba gastar plata y me llevaba a comer y a divertirme. No es que en esa ciudad haya mucho que hacer pero al menos no me aburría como una momia en casa de mi padre. Para cuando se fue, dos semanas después, yo ya conocía la ciudad al derecho y al revés y sabía muy bien por donde andar. Desafortunadamente sin auto es horrible andar por ahí, con el frío, la nieve, el malestar, y la poca costumbre que tengo de caminar tiritando. Como conclusión andaba con más ropa de lo normal y sin muchas ganas de quitármela. Además salía muy poco y cada vez con menos ganas.
Afortunadamente, antes de regresar empezó a aclarar el cielo y el frío se hizo menos nocivo. Me atreví a salir con una minifalda y con unas medias de colores (que me abrigaban pero que también dejaban ver las lindas piernas que Dios me ha dado). Subí a uno de esos tranvías horribles antiguos que no me gustan mucho. Suenan como si estuvieran a punto de romperse y los asientos son más incómodos. Mi papá dice que ya los cambiarán, pero a mí me suena a promesa de Alán García.
Era de esas horas en las que los escolares llenan los tranvías y se hace insoportable el olor a sobaco de adolescente que no se ha dado cuenta de que ha dejado de ser niño. No tenía cómo cogerme de nada y estaba prácticamente a la deriva del movimiento de la máquina. En una curva pronunciada, donde todo el mundo se aferró más a los tubos y demás artilugios que los sostenían, yo caí por completo sobre las piernas de un muchacho que parecía ser de los pocos no adolescentes que andaban por ahí. Mi falda subió más de lo que esperaba y el pobre tipo no supo qué hacer. Yo solté un “entschuldigung” (o sea, disculpa) y me fui al otro lado del tranvía sin dejar de mirar al piso. La verdad nada me habría molestado de lo que pasó y me habría reído un tanto coqueta si el tipo que me sostuvo con sus piernas y que pasó ligeramente su mano por mi espalda no fuera uno de los hombres más hermosos que he visto en mi vida. Tenía los labios rojos y carnosos, y esos ojos enormes y alargados que saben cómo moverse para hablar sin palabras.
Fue unos días después que subí a un bus y lo vi ahí, sentado justo frente a la puerta. Esta vez el carro estaba vacío y no había mucho sitio donde esconderse. Él me miró sonrió casi como coqueteando y me dio el asiento (repito, el carro estaba vacío). Había algo en él que lograba avergonzarme, y sé que no era sólo el accidente de vez anterior, era tal vez su forma de mirarme. Le seguí el juego y me senté ahí, él se sentó frente a mí, no pude evitar bajar la mirada y verlo de pies a cabeza. Cuántas veces he ido a la sección caballeros y me he regocijado abriendo y cerrando mi ropa de caballero favorita, imaginando que había algún hombre con esa ropa que yo pudiera desvestir. Y ahí estaba él, con un atuendo que lo hacía ver sexy y dulce a la vez, que yo moría por sacar de su cuerpo y hundirme en cualquier cosa que haya debajo. Cuando levanté la mirada, lo vi sonriendo, totalmente consciente de que lo estaba desnudando con los ojos. Fue ahí que empezó a hablar… y fue ahí que empezó mi tortura.
Poco después de darse cuenta de que mi alemán se parecía mucho al inglés de Tarzán y que entendía todo al revés cuando me hablaban muy rápido, empezó él a hablar en una mezcla de alemán para niños e inglés para principiantes. Cada frase, cada dato, cada intento de conversación era una larga lista de intentos fallidos y al final nunca estábamos seguros de habernos entendido. Así, a pesar de todo, fuimos a comer juntos. Y en uno de los tantos silencios incómodos, sentí su mano en mi pierna. Mi reacción no fue violenta pero si de sorpresa. Él sacó la mano. En ese momento lo vi tan cerca, tan hermoso y sus ojos se veían tan enormes que me decidí a poner mi mano sobre su pierna. Me olvidé de la vergüenza, del temor, de las incomodidades lingüísticas y no sólo apoyé mi mano en su pierna, sino que empecé a subirla. Mientras tanto, metí mi nariz en su pecho, en alguno de los huecos que dejaban los botones de su camisa. Sentía que si lo veía a la cara, perdería la fuerza que acababa de ganar y me iría corriendo como una niña. No recuerdo la última vez que un hombre me ha puesto tan nerviosa.
Deslicé mis dedos al botón de su pantalón y empecé a abrirlo, luego cogí el cierre y empecé a bajarlo, quería saber cómo se sentía, de qué tamaño era y cuando lo sentí, pensé que iba a desmayarme. No sólo estaba más duro y parado de lo que esperaba si no que derramaba ese líquido previo que tan rico sabe en algunos hombres y del tamaño ni qué decirlo. Era grueso y fuerte, de esos que te provoca meterte de golpe. En cuanto lo toqué me sentí completamente mojada.
Él cogió mi mano, se acomodó como pudo y me llevó corriendo al baño. No había mucha gente en el restaurante por lo que nadie notó que nos metimos los dos. Cerró la puerta con llave por dentro y mientras me quitaba las pantis y la ropa interior me empujaba contra la pared. Yo, ya dentro del estado de ánimo, lo miré a la cara por primera vez en un buen rato y sentí que el dulce muchacho de hacía un rato había desaparecido, me tenía semidesnuda, con las tetas afuera, las manos sosteniendo mis piernas en lo alto y el pene parado y duro. Yo estaba superexcitada y lo cogí de la cintura y lo atraje a mí. Sentí su pene duro entrando suave pero sin interrupciones en mí. Sólo entra así cuando ambos estamos así de mojados y excitados. Mientras entraba y salía, mi cabeza se hundió en su pecho y me embriagué de su olor. Al rato terminamos. Él, parecía todavía medio emocionado, cuando bajé la mirada vi que su pene seguía tan erecto como al principio. Intenté bajar a chupárselo pero me detuvo. Me dio vuelta y empezó a besarme por la espalda, llegó a mi ano y con la lengua lo mojó, metió su lengua un poco en mi ano y jugó como si fuera un pequeño pene. Luego se paró me abrazó por detrás y trató de meter su pene… “nunca lo he hecho así” le dije en el peor alemán del mundo, pero para variar no me entendió (o fingió no hacerlo). 
Entonces sentí que me partía en dos, había tanto dolor y tanto placer que no pude evitar gritar, él puso su mano en mi boca, suavemente, como para que la mordiera, y siguió dando por detrás. La otra mano, la usó para jugar con mi clítoris, con el mismo ritmo con el que entraba por detrás, se movía delante, empezó a entrar en mi vagina con sus dedos también y yo sentía que me moría con todo el cuerpo lleno de él.
Cuando terminó, yo seguía excitada y como no podía parar, lo tiré al piso y puse mi vagina en su boca, lo monté así por unos minutos, sintiendo su lengua en mi vagina, su nariz en mi clítoris, sus dedos en mi ano, así con él de nuevo dentro de mí por todas partes, llegué. Cuando terminé nos limpiamos, nos vestimos y salimos. Él primero para ver si no había nadie por ahí.
No tengo que decir que fue maravilloso, hacía tanto que no tiraba que me sentía empapada de felicidad y de esa emoción que no te permite dejar de sonreír.

Hola: si quieres compartir algo conmigo, fotos, dibujos, historias, etc, escríbeme a lulunaluna@gmail.com. También me dices si quieres que lo publique y bajo qué seudónimo (me reservo el derecho de edición)

1 comentarios:

Anónimo dijo...

ya me gustaria a mi encontrarte en algun sitio y tener una estimulacion asi seria sensacional aitor rodriguez jerbasio

Publicar un comentario

todos los mensajes son revisados antes de ser admitidos

planetaperu.pe estamos en
PlanetaPeru.pe