miércoles, 16 de diciembre de 2009

Mi primera cita con Anita

Su voz es suave y casi no tiene acento, sólo un pequeño problema con las erres, pero es algo que pasa desapercibido cuando estás tan embobada como yo. Me costó trabajo explicarle quien era porque no reconoció, o pretendió no reconocer, mi nombre. Me dijo que estaba por salir con unos amigos y me preguntó si quería ir con ellos. Yo pensé que la situación sería menos estresante que salir sólo con ella así que me decidí y le dije que la encontraría por su casa.

Cuando quiero impresionar uso mis piernas, así que ayer me encargué de que se vieran bastante. Me puse una falda chiquita con bobos que me hace ver especialmente sexy y un polo sin mangas rojo para hacer honor a los colores de nuestras banderas. La falda era negra pero mi ropa interior, blanca; así que si nos empezábamos a desnudar podía mostrarme bastante patriota (de mis dos patrias a la vez).

Cuando llegué ya estaba ella con un par de personas, luego llegaron tres más. Lo que jamás me imaginé, todos hablaban alemán y yo, que lo poco que sé de alemán es el par de palabras tiernitas que mi padre me decía de niña (luego decidió usar el inglés para cuestiones formales y legales y mi alemán se fue al diablo) y el par de meses que llevo ahora estudiando, me sentí totalmente perdida “Anita, yo no sé alemán”, me miró con los ojos abiertos de sorpresa y se encogió de hombros mientras me decía “ya aprenderás”.

Me pasé un buen rato mirando a todos fijamente a los labios tratando de entender alguna palabra, reía cuando reían y de vez en cuando soltaba un “ya ya ya” (se escribe ja, cosa que siempre me ha sonado de risa). Luego me llegó, me quedé pegada mirando a Anita, su pantalón apretado en sus piernas, su pelo castaño oscuro tapándole la cara de vez en cuando, sus ojos enormes y brillantes, ella toda tan coqueta con todo el mundo, logró convencerme de que todo había sido travesura de niña y que yo no estaba en sus planes en lo más mínimo. Trate de irme, me cogió de la muñeca y me dijo “vamos, espera un rato, todavía no hemos ido ni a bailar”, entonces pensé que sí estaba interesada en mí y me quedé, pero luego volvió a perderse en su maravilloso ignorarme. Al rato decidí de nuevo largarme “ahora sí me voy, lo siento, tengo que despertarme temprano”, “para nada niña, tú te quedas” y me agarró de la pierna como quien cogía algo que poseía. Se la pasó así, entre ignorándome y mandándome indirectas claras hasta que me enojé.

Me levanté como quien iba al baño y cuando ya la tenía lo suficientemente lejos para que no influyera en mí, prácticamente le grité en mi torpe alemán “Chau Anita, nos vemos” y salí casi huyendo de su fuerza magnética. No había llegado a la avenida cuando sentí que alguien me cogía de la cintura, volteé asustada y era ella “Mira, me has hecho abandonar a mis amigos, no los veo muy seguido” dije un par de tonterías excusándome por nada, diciéndole que podía regresar con ellos, que no había ningún problema conmigo, “tontita – me dijo – no te voy a dejar irte solita a tu casa, te llevo en mi carro”. Estuvimos en silencio un rato, yo estaba súper emocionada pero no sabía qué decir, así que Anita empezó “vamos vamos, qué tienes para contarme de tu vida, cómo es que eres austriaca y no sabes alemán” Cerré los ojos y hablé. La verdad es que aquí es fácil comentar estas cosas, pero en la vida diaria prefiero cerrar la boca. En el mundo real, salvo documentos oficiales, “Yo soy Lucía Navarro, aunque mis documentos digan lo contrario, conocí a mi padre, el austriaco, cuando tenía 15 años y recién he conocido mi segunda ‘patria’ el año pasado, por eso recién ahora estoy aprendiendo alemán” Tuve la ligera sensación de que, si fuera por ella, me habría sacado de la salita especial de la embajada y me habría puesto tras el vidrio. Al final, yo era austriaca por suerte o algo así y eso me ponía en una categoría inferior. “voltea a la derecha, después del carro de rojo de ahí”.

Cuando estaba por bajar me detuvo de la mano y me dio un beso. Dios mío, de nuevo esa lentitud apasionada, esa profundidad en el vacío, esa sensación de ser poseída de pies a cabeza sólo desde su boca, me dejó con la boca literalmente abierta y dijo “¿puedo pasar la noche contigo? Donde me quedo puede que ya hayan cerrado el portón”

No hace falta decirles que en cuanto entramos a mi habitación Anita se apoderó de mí. Me fue quitando la ropa tan decidida y tan apasionadamente que ni se dio cuenta de mi combinación austro-peruana. Yo me sentí un juguete en sus manos y lo que primero fueron sus manos, luego fue su lengua, su nariz, su pelo. Había soñado tanto con hundirme en su cuerpo pero ella no me dejó, me tumbó a la cama y empezó a besarme. Pasó por mis senos mientras yo sentía esas agujas sabrosas viniendo de mis pezones, mi barriga, se hundió en mi ombligo y luego en mi pubis. Yo me sentí egoísta y quise moverme, pero ella no me dejó, como insistí se detuvo y me dijo “Eres mala, muy mala, voy a tener que castigarte”. Cogió su cartera y sacó unos pañuelos, cogió mi mano, la beso en la muñeca y amarró un pañuelo a ella y luego a la pata de la cama, luego hizo lo mismo con la otra muñeca (siempre con el besito respectivo). Luego continuó su trabajo, solo que esta vez decidí ser totalmente respetuosa. En vez de ir directamente a mi coño, pasó por él como quien no le interesa y siguió por mis piernas, pasó sus labios suavemente por una de ellas hasta llegar a mis pies “lindos pies Lucía, creo que me los voy a comer” se metió un dedo gordo a la boca y luego pasó la lengua por entre los dedos. Luego levanto mi pierna y empezó a besarme por detrás, llegó a detrás de mi rodilla y sacó la lengua para hacerme gritar. Levantó mis dos piernas y mojó mi ano con su lengua. Luego empezó a meter un dedo en mi ano, primero lentamente, luego más rápido y cada vez más profundo “¿te gusta, mi amor?”, yo, casi gimiendo respondí que sí. “Hoy vamos a ir despacito, ¿está bien?, si corremos mucho, luego no vamos a divertirnos tanto” Llevó su lengua a mi clítoris, mientras seguía jugando con el hueco de mi ano. Luego se detuvo, “Lucía de mi corazón, tú tienes cara de divertirte cuando estás sola, ¿dónde está tu dildo?” Yo sin hablar, voltee y miré mi mesa de noche, “Claro, qué tonta” Abrió el cajón, lo cogió y lo prendió suavecito. Yo suelo ponerlo al máximo y saciarme rápidamente, pero ese cosquilleo suavecito me estremeció al contacto con mi vagina húmeda de la saliva de Anita y de mis jugos “Tengo que enseñarte a tener paciencia” y eso parecía que hacía, jugaba lentamente, parecía que iba a entrar y lo único que hacía era dejar el vibrador en la punta, luego subía al clítoris y luego lo regresaba a la punta, luego incluso lo paseaba por el resto de mi cuerpo. Yo cerraba los ojos y no podía menos que perderme en un mar de placer. Cuando ya estaba por reventar, Lucía se detuvo “quiero que termines en mi boca ¿puedes? Quiero sentirte”. Entonces bajó y usó su lengua como un pequeño pene y mientras eso hacía su lengua, algo hacía con su nariz que lograba acariciarme el clítoris sin necesidad de usar las manos que andaban paseando por mi cuerpo. Cuando terminé sentí como mis espasmos apretaban su lengua y mi trasero casi golpeaba su cara.

“¿y yo?” Quise decirle que yo podía darle placer también, que me diera la oportunidad de meterme en su cuerpo como ella lo había hecho con el mío, pero me lo negó “te voy a montar como a una yegua ¿te parece?” y sin esperar mi respuesta me desató, y luego me volvió a atar, esta vez boca abajo. Se montó sobre mí, pude sentir sus vellos en mi trasero y sus manos en mi espalda y empezó a balancearse sobre mí, podía sentir cómo se agitaba, cómo subía su intensidad, como empezaba a bufar, a gemir suavemente, sentía sus manos jugando en su propio clítoris, en sus propios agujeros. Todo eso también me excitó y aunque ella ya no me tocaba directamente volví a darla y volví a reventar. Cuando terminó, me soltó y me dio un besito “ahora ya me voy”. La vi con cara de signo de interrogación “ahora sí te abren la puerta, Anita”, sonrió y dijo, “Claro, la abren a las 3 de la mañana, ni un minuto antes” sonrió picara y coqueta y se fue.

Y nada más, hoy desperté tardísimo y recién he podido poner en palabras todo lo que sucedió. Ha sido tan maravilloso. Anita es tan rica, pero me parece tan difícil de asir.
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