Nuestro amigo nos cuenta lo que le pasó en una boda:
Hace ya mas de año y medio de esto, una boda sonaba a bombo y platillo en mi círculo de amistad, el primo de uno de nuestros amigos se casaba y, aquella boda iba a celebrarse por todo lo alto, pues eran dos familias de bien que iban a desposar a sus queridos hijos e iban a cuidar hasta el último detalle para que aquella boda quedara rubricada, casi en la inmortalidad.
Las chicas del grupo no hacían otra cosa que hablar de cómo iban a ir vestidas, que si habían visto unos zapatos en aquella tienda, que si un bolso a juego en aquella otra, que si unos pendientes, en fin, toda una trama que quedaba fuera del alcance de todos los chicos que componíamos el grupo, nosotros más bien pensábamos en otras cosas, en fin.
Llegó el día de esa boda, y todos fuimos a la iglesia donde se casaba aquella pareja, prometiéndose fidelidad por el resto de sus vidas y una serie de preámbulos matrimoniales más, hasta que la muerte los separe, yo observaba cada detalle de aquella iglesia, digamos que los ritos cristianos nunca han sido mi fuerte, y había que entretenerse en algo, hasta que el sacerdote dijera aquello de "marido y mujer", y pudiéramos ir a la celebración donde poder distendernos y charlar, reír y tener una velada agradable en compañía de todos.
Entre los detalles de la iglesia, cabía resaltar a una mujer, María. Éramos amigos, compartíamos amistad con el resto del grupo, y aquel día, no tuve ojos más que para ella, pues iba ataviada con un suntuoso traje de color turquesa ceñido, bien corto, unos zapatos de tacón plateados, que resaltaba la belleza de sus pies y estilizaba sus gemelos, un bolso de pedrería plateada también, a juego con unos pendientes, que se apagaban al mirarla a los ojos, María es de esas chicas que cuando se maquillan, en verdad camuflan su belleza, pues posee una hermosura innata, incompatible con cualquier cosa que pretenda realzarla, pero aquella noche, como si se tratase de una obra de orfebre experto, había dado con el punto exacto de maquillaje, digamos que solo acompañaba a su dulzura.
Pues bien, casados los contrayentes, nos subimos en mi coche algunos amigos, y nos dirigimos a donde iba a ser la celebración. Era en una casa antigua, en las afueras de la ciudad, los jardines nos abrían paso entre senderos que nos conducía adentro, un grupo de música tocaba suavemente en medio del patio principal, las carpas albergaban la zona de comistrajo, un lugar, reservado para los novios presidia lo que podría ser, la pista de baile y luego el interior de la casa, que aún escondía más sorpresas. Me sentía fascinado, todo apuntaba a que iba a ser una noche prometedora, pues me gustaba la magia de todos aquellos elementos, acompañados de una tenue luz, que no terminaba de romper la oscuridad de la noche.
Pues bien, todos estábamos sentados en círculo, allí charlábamos, reíamos de vez en cuando, comíamos algo, lo que los camareros nos iban ofreciendo a modo de canapé. Todo perfecto hasta el momento en que comencé a cuadrar todos los detalles de mi alrededor. En aquel círculo, donde todos nos sentabamos, tenía justo en frente a María, no tenía que hacer ningún esfuerzo para encontrarla pues la tenía bien cerca, y mis ojos se huían de todo cuanto intentaba prestar atención para, poco a poco, clavarse en ella. No podía evitar mirarla sin detenerme, pero cuando ella me miraba, apartaba los ojos, pues reconozco que me avergonzaba.
Sus ojos parecían más brillantes, más observadores, más comunicativos, guardaba algo dentro de sí que me intrigaba, y más ganas me daba de mirarla, por ver si podía desentrañar lo que guardaban sus ojos. Luego, la comunicación pasó a lo corporal, sus manos acariciaban sus muslos suavemente, de vez en cuando cambiaba la posición de sus piernas cruzadas, pero con una lentitud que me daba tiempo a grabar cada detalle de su lencería en mi mente, sus manos habían dejado de acariciar su pierna y ahora lo hacía, como accidentalmente en su pecho derecho, Diossssssssss, ya no cabía en aquella silla, el apetito se me fue por completo, al menos el de mi estómago, había aparecido otro apetito, el de mi bestia interna, que empezaba a rugir, aullar como lobo en noche de luna llena.
Llegó el momento tarta, y la decisión de la organización era pasar adentro de la casa para partirla y dar una sorpresa a los novios. Pues muy bien, yo no muy conforme con aquella estúpida decisión, pues me arrancaban de aquel teatro privado, a regañadientes ,entré junto con el resto de invitados.
Partieron la tarta, comieron, fotografiaron, y comenzó a sonar la música, todos bailaba, incluida María, yo no he sido nunca un buen bailarín, así que decidí quedarme al margen de aquella actividad, pero lo suficientemente cerca como para poder seguir viéndola, mirándola, devorándola con mis ojos, y digamos que ella tampoco se echó atrás, y al son de "Corazón Espinado", nos comimos mutuamente, ella, desde su pista de baile, y yo, desde el bastidor de aquella puerta.
Pasados unos diez minutos, ella se cansó de bailar y agarró su vaso, pero colocándose justo delante de mí, lo suficiente como para sentir su aroma, el olor que desprendía su cabello recogido, y también lo suficiente como para sentir el roce de sus nalgas cubiertas por la seda turquesa que las cubría, en mi miembro, fuego, esa fue mi visión desde donde yo estaba, fuego es lo que había ahí.
Ella seguía sin dejar de mover las caderas, medio volvió su cabeza para tomar un trago de su copa, arrastrando con su lengua los residuos de sus labios, mi miembro por aquel entonces, modificaba su posición a golpes de sangre, ya no sabía si esta subía hasta mi cabeza o bajaba de ella, solo sé que su ritmo se multiplicó por cien, y despegándome de ella, me volví y caminé hacia unas escaleras que bajaban a algún lado, descendí cinco peldaños, me viré, y allí seguía ella cada movimiento mío, con mi mirada lancé un mensaje, ella respondió con una cálida sonrisa, y terminé de bajar.
Estábamos en un sótano de paredes desnudas, de piedra, los únicos adornos de aquel sótano eran un viejo arcón y un cuadro. Me situé justo delante de él, sin llegar a saber siquiera que había dibujado en el, pues el ruido de unos tacones golpeando la madera de la escalera absorbían toda mi atención. Un chasquido de madera se oyó , me volví, y allí estaba ella, sentada en el arcón, me acerqué, y sin mediar palabra, ella colocó su mano tras mi nuca y me acercó hasta sus labios, mmmmmmm, que sabor tan agradable, que textura tan suave, que dulzura la de su saliba, mmmm, continuamos degustándonos hasta que todo tomó otro ritmo, los besos se habían convertido en bocados, sus manos se metían dentro de mi chaqueta, mi camisa, desabrochándose por si sola, mis manos se habían colocado justo en la base de sus senos, dibujando zigzags desde su parte más redondeada hasta llegar a la punta de sus pezones, grandes, duros, calientes... sus muslos se habían separado y sus manos ya no operaban en mi torso, ahora estaban justo en mi pantalón, que con cremallera abierta daban salida al toro de la noche, agarrándome por mi miembro, me acercó mucho más hacia ella, su mano izquierda ladeó el borde de su fina lencería y su mano derecha movía mi pene de arriba abajo, rozándolo con su clítoris, no pude resistir tanta emoción, así que me acerqué aun más, y poco a poco fui hundiendo mi glande en su interior.
Mi pelvis se mecía lentamente al principio, ella agarrando mis nalgas impuso el ritmo de la penetración, que iba tomando cada vez mas intensidad, mi pene erecto quería llegar mas lejos, así que la recosté, y agarré sus pies por los tacones, consiguiendo llegar más adentro, su respiración ahora parecía ahogada, mi pecho latía fuertemente, y mi miembro cada vez llegaba más profundamente.
Ella, como buena lider que era y es, detuvo la penetración pidiéndome que me sentara yo en el arcón, y así hice, ella se acomodó sobre de mi y magistralmente, sin utilizar sus manos logró acertar mi pene dentro de su vagina, comenzó así la mejor cabalgada que jamás me han hecho en esta vida, su cintura recorría mi zona púbica de atrás hacia adelante, mientras sus piernas elevaban su pelvis para luego bajarla y meter todo mi pene dentro de sí misma, era una amazona apostillada en su caballo, en plena caza de su presa, el calor de sus roces me estremecía una y otra vez, hasta sentir cómo su flujo inundaba todo mi vello púbico, el arcón rugía a punto de desclavarse en mil pedazos y ella se movía como una posesa, llegando al orgasmo que mantuvo al menos durante dos o tres minutos, y cuando ya estaba a punto yo de correrme como una bestia, se oyó a alguien muy cerca llamando a María, tan cerca que ella de un salto se incorporó asustada pidiéndome que reaccionara, que me vistiera rápido, pues alguien había comenzado a bajar la escalera, corrí hacia el cuadro del principio, y subiendome la cremallera de mi pantalón y entrecruzando las solapas de mi chaqueta logré arreglar el descontrol de mi ropa, pero nada pude hacer por detener aquella erección, así que María decidió rápido y subió las escaleras para evitar que quien quiera que fuese el usurpador bajase y nos encontrase allí, de aquella manera, y con aquel calentón, Y eso fue todo, el resto de la noche seguimos la fiesta, con los amigos, con el baile, con las copas, y con un dolor de testículos que jamás en la vida olvidaré...
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viernes, 4 de diciembre de 2009
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