Ayer se vio vóley en la tele peruana. Jugó el equipo de menores contra el equipo de juveniles, toda una tira de niñitas jovencitas saltando y golpeando los pies contra el suelo, las manos contra la pelota y dando saltos por todos lados. Yo estaba súper cansada y en medio del segundo tiempo me quedé dormida. A las 3 de la mañana desperté mojada, agitada y con la tele prendida. A qué no saben qué soñé.
Estaba en el vestidor de las chicas, no eran las de verdad, pero todas estaban con uniforme de vóley. Sólo que este uniforme era más chiquito, dibujaba más sus tetas y el short era tan chico que podía ver la línea que separaba sus traseros de sus piernas. Estaban entrando mientras reían y conversaban, parecía que estaban contentas, que habían ganado. Llegaron y mientras se quitaban la ropa empezaron a abrazarse y a besarse, primero parecía una cosa muy amistosa, pero luego me di cuenta de que sus manos furtivamente iban tocándose, primero como quien no quiere la cosa y luego con frescura, como si quisieran comerse.
Yo, al principio no entendía qué hacía ahí, pero luego lo comprendí, yo era la entrenadora, yo era “doña Bárbara” (es un apodo que le han puesto a la entrenadora de juveniles porque es bastante salvaje para llamarles la atención). Sentí una rabia desde adentro y empecé a regañarles “¿Qué mierda están haciendo?, ¿acaso creen que porque ganan un partidito van a tener esas libertades? Si van a hacer cochinadas, las van a hacer en orden” Entonces todas las chicas se pusieron en fila y empezaron a quitarse la ropa. Se veían incluso mejor sin ropa que con esos shorts apretaditos. Sus cuerpos estaban moldeados por los ejercicios y por la alimentación balanceada de la federación.
Después de quedar desnudas, se pusieron en firmes, mirándome fijamente, con los pechos subiendo y bajando por la agitación y angustiadas por lo que yo pudiera decirles: “ahora, grupos de tres, ustedes 69, ustedes tres traen al muchacho de siempre y ustedes tres… se encargan de mí”
Si, en ese instante las primeras tres se pusieron en triangulo, cada boca en el clítoris de otra y pude ver por unos segundos como mientras sus bocas jugueteaban con esos jugos que la otra derramaba las manos iban a jugar entre traseros y tetas. El siguiente grupo ya venía con un muchacho de no más de 20 años, que era prácticamente arrastrado. Él, no ponía resistencia pero tampoco se le veía demasiado aturdido. Lo desnudaron y, mientras una se dedicaba a su pene, la otra le ponía el pubis en la boca y la tercera se encargaba que las dos tuvieran excitación extra, lamiendo tetas y traseros y disfrutando del espectáculo de manera parcialmente activa. El tercer grupo esperaba a que yo terminara de observar a las otras y revisar que hicieran un buen trabajo. Estaban paradas esperándome. Yo me paré entre ellas y sin dudarlo, como si ya estuvieran entrenadas, me fueron desnudando poco a poco. Mientras una bajaba mi buzo, la otra me quitaba la casaca y la otra, los zapatos. Luego, pasó lo mismo con mi ropa interior, quedé completamente desnuda en medio de tres cuerpos alucinantes que, era obvio, se desvivían por contentarme. Entonces empecé a sentir sus cuerpos en el mío, era como si todo mi cuerpo tuviera una piel qué tocar. Una de ellas me besaba el cuello y las tetas, la otra disfrutaba de mi clítoris y la última se encargaba de mi trasero. Mientras sentía la lengua de una jugando con mis pezones, también sentía los labios de la otra mordiendo suavemente mi clítoris y los dedos humedecidos de la tercera jugando a entrar y salir de mi ano. De repente sonó un timbre y como por arte de magia, todas cambiaron de lugar, las que estaban en 69 fueron a ver al muchacho, las que estaban conmigo fueron al 69 y el tercer grupo vino conmigo. Pero esta vez me encargué de meter mi cabeza entre dos tetas enormes, disfrutar de unos pezones duros y calientes mientras las otras dos se encargaban de frotar su cuerpo contra el mío y hacer que yo sienta sus piernas entre las mías. Así, antes de que llegaran las últimas tres, llegué al orgasmo y desperté. Pero aún despierta seguía estando excitada, y con las imágenes que todavía tenía en mi mente de todas esas mujeres perfectas dando vueltas alrededor de mí haciéndome gozar bajo mis órdenes marciales, metí mis dedos (que con la excitación fueron tres y luego cuatro) a mi vagina y empecé a frotarme fuertemente. Y lo terrible es que ahí estaba Anita de nuevo, con ese olor fuerte de su cuerpo contra el mío, esa habilidad para poseerme, esa fuerza con la que reventó dentro de mí. Y ahí la vi, hermosa y caucásica, pálida y con los labios inflamados de emoción, vestida de rojo y blanco con un uniforme increíblemente pequeño para su cuerpo, frotándose contra mí para llegar juntas a mi segundo orgasmo. Creo que hoy la llamaré, desde eso que pasó no puedo dejar de pensar en mujeres, y cada mujer que veo en la calle, se convierte en Anita.
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miércoles, 9 de diciembre de 2009
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